Hoy desaparece un sistema de clasificación profesional por categorías aprobado en el año 1990 al que nos adscribimos de forma voluntaria después de un amplio debate entre la plantilla Telefónica que se cerró con una consulta.
Al contrario que ese último acuerdo –consultado y voluntario– se firma esta tercera y definitiva fase (Trasposición, Movilidad y, ahora, Funciones) obligatoria, sin consenso sindical y de espaldas a las trabajadoras y trabajadores, de una forma claramente antidemocrática.
Y ese oscurantismo se produce a pesar de las quejas de colectivos concretos como los delineantes, encargados, operadores… o de las resoluciones en contra de los comités de empresa que así se lo manifestaron al Comité Intercentros. También a pesar de los intentos de los sindicatos alternativos de aportar análisis y sugerencias, a quienes siempre se nos negó la posibilidad de participar en las verdaderas mesas de negociación y obstaculizó el acceso a la documentación.
Ese oscurantismo encuentra su explicación en el clientelismo que tiñe las relaciones laborales y sindicales de los últimos años, un clientelismo que provocó la atomización de las condiciones laborales que pasaron de colectivas a individuales, de ahí la amputación de buena parte de la normativa laboral que el nuevo acuerdo declarará extinta.
Y es así porque la propuesta a firmar hoy recoge, principalmente, las necesidades de la empresa. Y se aprobará con el beneplácito de las fuerzas sindicales que la justifican por las obligaciones de la reforma laboral, esa que muy poco combatieron en la calle.
Desde que la empresa expuso el nuevo modelo se jugó con la implantación de facto, deliberadamente, de tareas sin estar previamente acordadas para que fueran asumidas como inevitables: «un mal menor». Ha sido esa «adaptación pausada » –a la que se refieren los firmantes– por imperativo, sin opciones, generando confusión y miedo.
En CGT queremos desmontar sus argumentos
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